sábado, 26 de diciembre de 2015

Por eso siempre estuvimos tan bien, porque queríamos hacernos de todo menos daño.



Fuimos una pareja perfecta hasta que decidimos dejar de serlo.

O al menos para mí.

















Creo que todo lo que nos rodeó siempre fue perfecto dentro de su completo desastre.
Quiero decir, nunca fuimos habitualidad o preestablecimiento, pero para mí éramos lo que yo quería ser.


Para mí la perfección no se trataba de intentar ser felices, si no de serlo sin premeditación.
Eso de reírse sólo cuando estábamos acompañados, o darnos besos para demostrar a cualquiera todo lo que nos queríamos...Para mí la perfección eras tú y tu forma tan sincera de reír sólo con lo que te hacía gracia, y no con lo que a mí me complacía.

Mucha parte de nuestra perfección era todo lo que nos queríamos sinceramente. Conseguir conformarnos con una mirada honesta, y ni siquiera tener que pensar en que podría ser de otra forma.

Esa facilidad para conseguir llegar siempre más allá. Más allá de las risas, más allá de los abrazos, más allá de las confidencias y más allá del calor de estar a tu lado. Contigo aprendí lo afortunado de la sinceridad, y de tenerla contigo.
Pero me hizo olvidarme de sobrellevar la mentira, y creo que esto último me dolió más que todo lo anterior.

Nunca hemos sido personas con suerte, ni siquiera un poco. Nos hemos pasado la vida luchando a contracorriente y tratando de obviar todo aquello que siempre nos hizo daño, el daño suficiente para ser quienes éramos después de tanto sudor y sangre.
Por eso siempre estuvimos tan bien, porque queríamos hacernos de todo menos daño.


Todo lo demás nunca importó, ciertamente nada que nos rodease podía llegar a importar.
Pensábamos que siempre estaríamos ahí para conseguir apoyarnos y no volver a estar solos, siempre pensamos que tendríamos la respuesta, que habíamos conseguido resolver nuestras vidas con el simple hecho de encontrarnos.
Porque sólo con eso, habíamos gastado toda la suerte guardada hasta el momento.

Mentiría si dijera que ésto nunca me hizo sentir completamente afortunada, y mentiría si dijera que aún no me sigo sintiendo.

Haber vivido situaciones similares hizo reforzar nuestros defectos marcándolos a hierro sobre nuestra piel, y creo que el orgullo ha sido el más grande de nuestros handicap. Tanto, que se me había quedado completamente aletargado, e incluso ahora no soy capaz de reavivarlo, y ni siquiera tengo valor para hacerlo.

Llorar nos hizo siempre libres. Libres de tratar de ser quien no somos con el otro, libres de tratar de sacar lo mejor de nosotros mismos simplemente para no meter la pata. Porque de eso, fue de lo único de lo que jamás tuvimos miedo. De meter la pata, si lo hacíamos de verdad.


Vuelve.



No hay comentarios:

Publicar un comentario