martes, 30 de agosto de 2011

"Si no tienes problemas ven a conocerlos conmigo" - DM.6




Porque parece, que entre un puñado de nervios incesantes aparece el amor. E irremediablemente es lo único que calma.

No es ese amor verdadero, puro, limpio, y lleno de estabilidad. Ese amor dulce,  que sólo puede traer paz consigo.
Es ese amor brusco y sin sentido, el que también me calma.


Todo empieza con la sensación;



 "casi todo lo que digas, y  la forma en que lo digas no importa "


Cuando empezamos a volver juntos de madrugada para que me gritaras sin querer esas cosas sin sentido.  Cuando empecé a temer que intentas convencerme otra vez para darme un beso acompañado de todo lo que me hace salir corriendo.
Cuando conseguiste hacer que no saliera corriendo de tí, que la formalidad no me aterrorizase.
Es entonces, cuando me doy cuenta de que no puedo parar de pensar en que estamos demasiado perdidos. 







"Si no tienes problemas ven a conocerlos conmigo"

La frase que siempre me dijiste que debería tatuarme, marcarme a fuego, fijarla en lo más hondo de mí. Dijiste que jamás nadie diría una frase que me definiese más, jamás nadie diría tanta verdad en una sola frase. Nunca encontraría nada en el mundo que fuera más mío que esas ocho palabras.


Podría ahogarte a perdones, pero si de verdad crees o sigues creyendo, aunque sólo sea un poco, que vale la pena echar a perder todo lo que has vivido, la madurez que tienes, todo lo que te ha hecho persona, todo lo bueno que tienes, lo que eres. Echar a perder tu vida sólo por estar conmigo, pero te lo agradeceré toda la vida, porque la cordura llegó contigo, y nunca pensé que podría llegar a sentirme tan cómoda en ella.
Sé mejor que cualquiera que no todo el mundo estaría dispuesto a apostar por mí, una vez he fallado. Apostar por alguien ya es difícil, pero apostar a ciegas, contra todo pronóstico y con un 78% de posibilidades de salir perdiendo, es una jodida y completa mierda. 

Ya sabes que no encontrarás nada de lo que buscas, pero es lo que lo hace especial, lo que alimenta el riesgo que hace que tengas tantas ganas de salir escaldado. Sabes que nunca seré la novia perfecta, y no digo para tus padres, si no para ti otra vez. No tengo nada de lo que tiene la princesa que siempre soñaste, pero tu tampoco fuiste nunca ese ogro que buscaba.
Me encantaría que dieras el paso a pesar de todo, ¿para qué nos vamos a engañar?, que lo dieras de nuevo contra todo pronóstico, asumiendo consecuencias y sabiendo cómo soy, que volvieras a apostar una última vez por mí, que gastases tu útima bala. Simplemente por el morbo de que te llamen loco al cruzar la calle, por que te señalen por el dedo por haber perdido contra mí otra vez.
Sólo pretendo cumplir alguna tontería contigo, alguna que otra que se nos ha quedado en el tintero. Ya sabes, esas cosas que tengo metidas en mi tarrito de sueños a cumplir contigo.

1. Hablarnos con la mirada. Conseguir decirnos la mayor guarrada del mundo en el restaurante más silencioso del planeta. Simplemente con mirarnos.
2. Conseguir, que cuando no veas la salida, te la inventes conmigo. Una salida de emergencia.  
3. Luchar entre cabeza-corazón, para equilibrarnos. Tratar de llegar a sentirnos tan equilibrados, que intercambiemos corazón por cabeza y viceversa, y al revés, y cabeza-corazón otra vez.
4. Morirnos de los nervios antes de vernos, porque estamos demasiado enfadados para soportarnos. Siempre. Incluso con 70 años. Tener nervios por verte ganando el puto mejor campeonato de petanca de viejas glorias y que no te vengas a tomar un chinchón conmigo y vayas con tus amigos aprostáticos.
5. Darnos esos besos comunes, que se dan por agradecerte que me sonrías a veces. Pero darlos tan tiernos que nos pregunten si nos vamos a despedir para toda la vida, como si te fueras a la guerra y a mi me internasen en un convento.
6. Que la normalidad, sea nuestra asignatura pendiente toda la vida. 
7. Soñar juntos. Soñar que somos grandes, que volamos, que somos invencibles. Lo insignificante del mundo porque nosotros dos lo tenemos todo, porque somos lo suficientemente grandes juntos como para reírnos y provocar otro terremoto en Valdivia.
8. Discutir diariamente, hasta agotarnos, hasta quedarnos sin voz. Reconciliarnos diariamente, y que nos tengan que amputar las cuerdas vocales definitivamente. Hacerlo todo siempre con intensidad.
9. Conseguir tener un desajuste hormonal por toda la adrenalina que nos producimos, por todos los altibajos que nos provocamos, por todos los psicólogos que se harán de oro a nuestra costa, porque Kleenex llevará nuestros apellidos como si cada paquete fuera hijo nuestro.
10. Envejecer. ¿Te imaginas dos locos viejos? podríamos hacer cualquier sinverguencería y sería mucho más grande. Nadie se espera que unos viejitos sean unos jodidos canallas.
22. Atreverte. A todo. A nada. A mí de nuevo.

lunes, 1 de agosto de 2011

Perdiendo el orden de los hechos, pero el sentido de mi orden - TC.16



















Brindemos pequeños, porque todo es suficiente cuando eres realmente feliz.













Realidad sobre un confrontamiento con un lienzo y una cerveza. Lo más real sobre mí, siendo  finalmente representado;

Cuatro amores que pelean por aparecer sobre el lienzo de mi vida.
Que tontería, ¿verdad?.

Me sorpremde encontrarme de una vez por todas con algo sobre mí misma.
Es un reto, tener que pintar por primera vez algo que tengo dentro, algo que es completamente mío. Algo que mi alma estaba gritando, que mis manos siempre quisieron hacer. Algo que siempre quiso salir de mí, pero que nunca se enfrentó a la realidad.
Me enfrenté a mi vida en blanco. Me paré frente a aquel cuadro en blanco, aquello que me estaba esperando. Pretendía sacar algo de mí.

Empecé a pintar el primero. Siempre he sido muy obsesiva con el orden, lo correcto, las correlaciones, lo que siempre es más lógico, y no podría haber empezado de otra forma sin ser fiel a mi.
Escogí el color rojo, tonalidades naranjas, escamas, y muchas líneas, gordas y fuertes. Con un solo punto. Y en medio, de repente, blanco.
Resultó ser el más efusivo e intenso. Ese primer amor. Amor que agota y aprieta, amor que te ahoga y no deja de hacerlo. Un amor duro y violento, fuerte y fugaz. Nos queríamos en exceso, de eso no cabe duda. Hubiera dado mi vida por él. Me consumía, y eso dañaba a nuestra inexperiencia.
Jamás conocí un amor que doliese tanto, que no pudiese dejar de tener presente.
Dejamos de querernos cuando desaparecimos por completo de la vida del otro, cuando cualquier recuerdo era convertido en un espacio en blanco. Cuando decidimos que las medias tintas era duras. Que solo la ausencia nos sanaría, que sólo el desconocimiento nos haría volver a recobrar la cordura. El color rojo no es por la pasión, si no por la sangre derramada. Incluso para olvidarnos.

El segundo en aparecer, (perdiendo el orden de los hechos, pero el sentido de mi orden), fue un gris, gris perla, gris oscuro, sucio, con algo negro. Garras, líneas en zig-zag, un borrón. Líneas irregulares, nada de sentido.
Este, estaba dotado de pasión y risas. De sexo y deseo, de orgullo y manías.
No podíamos dejar de vernos, éramos incapaces de hablar sin sonreír, éramos seres insaciables con nosotros mismos. Animales llenos de rabia.
Reconocíamos que aquello fuera similar a la droga y nos encantaba. Buscábamos respuestas no verbales, buscábamos desgastarnos. Desgastarnos tanto que llegásemos a desaparecer. Tanto deseo hubo derramado, que al final no supimos ver más allá. No pudimos hacer nada bonito. No pudimos construír nada entre los dos.
Lo que provoca, y siempre provocará, que la tensión sexual no haya desaparecido. Que todavía no nos hayamos cansado.
Para este, el color era sin duda el gris. Era el gris porque pasábamos los dos una época amarga, tratamos de consolarnos el uno al otro sin ahondar en nada, tratanto de aclarar ese negro que nos conoció, tratando de llegar más allá del gris. Pero solo conseguimos hacer un borrón.

El tercero, fue mi niño. Como niño, su color era el azul. Verde agua marina, o azul. Algo claro y a la vez oscuro, algo que me producía felicidad y amargura. Ese azul que calma, como el mar, y ese verde que no debería estar.
Era completamente imperfecto, y me encantaban esas cosas que se alejaban tanto de la perfección. Sus dulces momentos y miradas, aquellas pequeñas cosas que hacían que quisiera tenerle conmigo toda la noche. Era esa relación que todo el mundo quiere, era tranquilidad y felicidad.
No me engaño, su dulcura provocaba que al fin, me sintiese bien. Era tan bonito, que no podía parar de quererle. Era tan dulce como un niño.
Aún así, entre nosotros había puro fuego permanentemente, una bomba por explotar, el frío de la antártida y el rojo vivo del interior terrestre. Siempre nos echamos de menos, incluso sin conocernos, nos proporcionábamos paz. Creo que llegué a pensar que sería el perfecto padre para mis hijos, mi perfecto compañero de viaje. Era tan bueno que me asustaba que estuviese conmigo. Me asustaba no estar a la altura, no poder devolverle tanto cariño.
Simplemente con mirarnos, estábamos tranquilos. Porque la calma era estar a su lado. El equilibrio era él.
Creo, que incluso después de que terminase todo, queríamos volver a vernos. Queríamos que volviese la paz. Nuestro problema fue el orgullo, demasiado orgullo.


El último, es un color amarillo sin duda. Ese color que destaca, que molesta, que no pega, que no tendría que estar. Geométrico.
Apareció en un momento plano. En cuanto menos me lo esperaba, sin querer. Nunca me hice a la idea de que podría llegar a ser algo tan grande. Nunca quise asumir que pudiese llegar a importarme tanto.
Me ha llegado ha marcar tanto, que ni siquiera puedo decir nada, que ni siquiera tengo voz después de tanto tiempo. Es uno de esos silencios que molestan y se notan.
No podría decir nada, porque no soy capaz. No soy capaz a hablar sobre ello.